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Las olas de calor son cada vez más intensas y frecuentes debido al cambio climático, y sus efectos no se distribuyen por igual entre la población. Las personas con enfermedades crónicas —como afecciones cardiovasculares, respiratorias o metabólicas— y aquellas con discapacidad son particularmente vulnerables a estos fenómenos. En España, las instituciones sanitarias han alertado sobre la necesidad urgente de adaptar las políticas de salud pública a este nuevo escenario climático.
Impactos físicos y mentales de las olas de calor en la salud vulnerable
El aumento de las temperaturas representa un riesgo directo para la salud fisiológica de las personas con enfermedades crónicas. Durante las olas de calor, se incrementan los casos de deshidratación, descompensaciones médicas y golpes de calor. Las personas con cardiopatías, por ejemplo, pueden sufrir agravamiento de su condición ante el esfuerzo adicional que requiere el organismo para regular la temperatura.
En el caso de personas con discapacidad, los impactos se amplifican por limitaciones sensoriales, cognitivas o motoras que dificultan la percepción del riesgo o la movilidad hacia espacios seguros. A nivel psicológico, el estrés térmico, la ansiedad y la ecoansiedad se suman al aislamiento social, que es más frecuente en estos grupos por barreras estructurales y falta de redes de apoyo adaptadas.
Barreras estructurales y falta de respuesta inclusiva
Uno de los principales desafíos en medio de las olas de calor es el acceso limitado a medios de refrigeración, ya sea por pobreza energética o por falta de infraestructuras accesibles. En muchas viviendas no hay aire acondicionado o ventiladores adecuados, lo que eleva el riesgo térmico. Además, muchos planes de emergencia no contemplan las necesidades de personas con discapacidad intelectual, visual o auditiva, dejando fuera a un segmento clave de la población.
El reciente Plan Nacional de Actuaciones Preventivas ante el Exceso de Temperaturas ha introducido mejoras, como niveles de alerta adaptados a factores de vulnerabilidad y recomendaciones específicas, pero aún se necesita mayor implementación local y recursos. Por ejemplo, la instalación de espacios fríos públicos accesibles o sistemas de aviso adaptados a personas con discapacidad sensorial sigue siendo insuficiente.
Buenas prácticas, recomendaciones y acciones comunitarias ante las olas de calor
Organizaciones de pacientes y ONGs están desarrollando iniciativas solidarias como la entrega de ventiladores, visitas domiciliarias de voluntarios o líneas de apoyo emocional. Estas acciones complementan los esfuerzos institucionales, pero necesitan mayor financiación y coordinación con los servicios públicos.
Para profesionales de la salud, se recomienda un monitoreo intensivo de pacientes crónicos durante los episodios de olas de calor extremo, así como la adaptación de la comunicación en función del tipo de discapacidad. Para cuidadores y familiares, es clave seguir pautas claras: mantener la hidratación, ajustar medicación si es necesario y reconocer señales de alerta como mareo, debilidad o confusión.
Desde el ámbito político, urge integrar la perspectiva de la discapacidad y la cronicidad en la planificación climática urbana. Esto incluye infraestructuras verdes, campañas de sensibilización inclusivas y un sistema de salud resiliente ante crisis térmicas.
El impacto de las olas de calor sobre las personas con enfermedades crónicas y discapacidad es grave y creciente. A medida que el cambio climático intensifica estos episodios, es fundamental que los planes de salud pública incluyan estrategias inclusivas, accesibles y basadas en la evidencia para proteger a los más vulnerables.
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