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Un reciente análisis de datos publicado en la prestigiosa revista Heart ha arrojado resultados preocupantes sobre los efectos del cannabis en la salud cardiovascular.
Según los hallazgos, el consumo de esta droga se asocia con un riesgo dos veces mayor de morir por enfermedad cardiovascular, así como con probabilidades significativamente más altas de sufrir un accidente cerebrovascular o un síndrome coronario agudo, que incluye eventos como ataques cardíacos.
Un consumo en aumento del cannabis y una percepción de bajo riesgo
En los últimos diez años, el uso del cannabis y sus derivados ha crecido de forma notable. La legalización en diversas regiones, tanto para uso recreativo como medicinal, ha llevado a una transformación en la percepción pública: muchos lo consideran ahora una sustancia relativamente inofensiva.
Sin embargo, esta imagen puede ser engañosa. Aunque estudios anteriores ya habían advertido sobre una posible relación entre el cannabis y ciertos problemas cardiovasculares, no se tenía claro el grado de riesgo implicado. Este nuevo análisis busca cubrir esa laguna, ofreciendo una imagen más completa y actualizada.
Análisis de datos masivos y reveladores
Para llegar a sus conclusiones, los investigadores realizaron un metaanálisis de gran escala, seleccionando estudios observacionales publicados entre enero de 2016 y diciembre de 2023. De un total inicial de 3.012 trabajos revisados, se incluyeron 24 estudios que en conjunto representaban a unos 200 millones de personas.
De estos, 17 eran estudios transversales, 6 eran estudios de cohorte y uno fue un estudio de casos y controles. Los participantes tenían entre 19 y 59 años, y en aquellos estudios que informaban sobre el sexo, los consumidores eran predominantemente hombres y más jóvenes que los no consumidores.
Los resultados del análisis fueron contundentes:
- 29% más de riesgo de sufrir un síndrome coronario agudo.
- 20% más de riesgo de padecer un accidente cerebrovascular.
- El doble de riesgo de fallecer por enfermedades cardiovasculares.
Estos datos revelan una asociación significativa entre el consumo de cannabis y resultados cardiovasculares graves, lo que los investigadores califican como una “base de evidencia sólida” construida a partir de datos reales y actuales.
Debe tratarse como el tabaco
Acompañando al estudio, un editorial firmado por Stanton Glantz, profesor emérito de la Universidad de California en San Francisco, y Lynn Silver, experta en salud pública, lanza un llamado de atención: ya no puede ser considerado una sustancia de riesgo menor.
Ambos autores advierten que los productos actuales de cannabis han evolucionado hacia formas más potentes y concentradas, incluyendo extractos inhalados de alta potencia, cannabinoides sintéticos y comestibles psicoactivos. Esta diversidad, sumada a la mayor potencia del químico moderno, podría tener efectos aún más pronunciados sobre el corazón y los vasos sanguíneos.
También subrayan la necesidad de comprender mejor cuáles de los componentes (como los cannabinoides, los terpenos o las partículas inhaladas) que son los responsables principales de estos efectos adversos.
Hacia una regulación preventiva
La recomendación del editorial es clara: el cannabis debe integrarse dentro del marco de prevención cardiovascular, al igual que el tabaco. Esto no implica criminalizar su uso, sino desaconsejarlo activamente, mediante regulaciones estrictas, campañas educativas, advertencias en los productos y, sobre todo, medidas para evitar la exposición pasiva al humo o vapor.
“Debería ser tratado como el tabaco”, concluyen los autores. Es decir, con políticas que minimicen su impacto en la salud pública sin recurrir a la criminalización.
Repensar el consumo
El creciente uso del cannabis en todo el mundo obliga a una revisión crítica de sus efectos sobre la salud. Este nuevo análisis aporta evidencia sólida de que el consumo de este químico no está exento de riesgos, especialmente en lo que respecta a enfermedades cardiovasculares.
Así, se abre una nueva etapa en la conversación pública y científica: una que exige regulaciones más claras, educación sobre sus riesgos y políticas de salud coherentes con los datos emergentes.
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