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La salud mental es un tema que, por fortuna, ha ido ganando visibilidad en el debate público. Sin embargo, la sombra del estigma y el desconocimiento sigue planeando sobre las enfermedades mentales. Esta realidad se agrava de forma crítica cuando a un trastorno psiquiátrico se suma una adicción, creando lo que se conoce como patología dual. Esta coexistencia de dos problemas de salud severos no es una rareza: se estima que entre el 60 % y el 70 % de las personas con adicciones presentan trastornos mentales asociados.
Patología dual: Cuando el estigma se multiplica y la ayuda no llega
La patología dual, la dura realidad de la adicción y la enfermedad mental juntas, se convierte en una bomba de relojería que amenaza con destrozar no solo la vida de quien la padece, sino también la de su entorno. En muchos casos, se desconoce el origen, si la adicción desencadenó el trastorno mental o si una enfermedad sin diagnosticar condujo a la conducta autodestructiva del consumo de sustancias. Lo que sí es innegable es la dificultad extrema para encontrar ayuda especializada e integrada.
El infierno de la patología dual se manifiesta de forma desgarradora en la historia de 'Fernando' y su hijo adoptivo, 'Carlos' (nombres ficticios). La ilusión de la adopción se truncó cuando los problemas se hicieron patentes en la adolescencia de Carlos. Aunque los expertos aseguraron que el pasado de adicción de la madre biológica no influiría, los problemas de aprendizaje y de conducta empezaron pronto.
“Era un niño muy alegre, al que le gustaba mucho bailar, muy dicharachero…”, recuerda Fernando de los primeros años.
El camino de Carlos pasó por psicólogos que llegaron a hablar de "rasgos psicóticos", descartando inicialmente el TDAH, pero sin lograr reconducir una situación que empeoraba. La terapia ambulatoria y los intentos de ayuda a domicilio resultaron inútiles.
Diagnósticos tardíos e incompatibilidad de tratamientos
Carlos terminó la ESO "de milagro" y fue expulsado de dos institutos. La única responsabilidad que mantenía, su grupo de baile, pronto fue eclipsada por conductas adictivas. Sus fines de semana se alargaban, regresaba en peores condiciones y la convivencia se volvió un calvario de amenazas, llegando incluso a requerir la intervención policial. Un intento de suicidio lo llevó al hospital, donde le diagnosticaron Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), pero sin detectar su adicción. El tratamiento ambulatorio que le prescribieron, paradójicamente, era "incompatible con el consumo de sustancias".
El punto de no retorno se alcanzó durante la pandemia, que coincidió con un tratamiento oncológico de su madre. El comportamiento de Carlos se descontroló. Fue entonces, en 2023, cuando por fin se le diagnostica patología dual y se recomienda su ingreso.
Rechazo de centros y abandono institucional
La esperanza del diagnóstico duró poco. Carlos fue expulsado del centro a los dos días tras una pelea. Con una orden de alejamiento impuesta por agredir a un vecino, se quedó sin hogar. Fernando comenzó una lucha desesperada para conseguir un ingreso especializado, una solución que le negaban una y otra vez.
“Hemos buscado algún sitio en el que pudiera estar, y no nos han dado opciones... Se dedicaba a robar para costearse la adicción… fue una etapa horrible.”
La falta de recursos especializados en patología dual es clamorosa. Hoy, Carlos está en prisión por delitos de hurto y la agresión al vecino, con una condena que se extendería hasta 2028. Aunque con profundo pesar, Fernando confiesa preferirlo en la cárcel a en la calle, donde estuvo un año y medio sin alternativas. A pesar de estar en un módulo de adicciones, su enfermedad mental subyacente sigue sin recibir el tratamiento psiquiátrico y psicológico adecuado. La condena que exige su ingreso en un centro psiquiátrico nunca se ejecuta. La patología dual de Carlos sigue siendo una batalla solitaria para su familia, mientras que el sistema continúa sin ofrecer una respuesta integrada y efectiva.
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