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Cada vez que las llamas devoran nuestros montes y se acercan peligrosamente a las casas, emerge con una fuerza arrolladora una de las imágenes más potentes y emotivas de la España rural: la de los propios vecinos, armados con calderos, mangueras de jardín o tractores, formando una cadena humana para defender lo que es suyo. De este coraje colectivo nace un lema que resuena con la fuerza de un himno: "el pueblo salva al pueblo". Es una frase que encapsula la admirable resiliencia y la profunda solidaridad de las comunidades. Sin embargo, detrás de este heroísmo innegable, se esconde una peligrosa dualidad. Esta misma expresión se ha convertido en una herramienta perfecta para el populismo oportunista, un arma arrojadiza utilizada para socavar la confianza en las instituciones y promover una narrativa de abandono estatal.
Analizar este fenómeno es crucial para entender no solo la gestión de los incendios, sino también las tensiones que definen nuestra sociedad actual. "El pueblo salva al pueblo" es la crónica de un debate entre la autoorganización ciudadana y la responsabilidad del Estado.
La cara heroica y la solidaridad como capital social
No se puede ni se debe restar un ápice de valor al heroísmo vecinal. Cuando un incendio de sexta generación avanza descontrolado, superando la capacidad inicial de los medios de extinción, la acción coordinada de los vecinos con "el pueblo salva al pueblo" es, a menudo, literalmente, lo que salva las casas y, a veces, las vidas. Esta respuesta espontánea es la manifestación más pura del capital social: la confianza, las redes de apoyo y la cooperación que existen en una comunidad cohesionada.
Vemos a agricultores y ganaderos que, sin esperar órdenes, utilizan sus tractores para crear cortafuegos improvisados, aprovechando un conocimiento del terreno que ningún mapa puede igualar. Vemos a vecinos que organizan turnos de vigilancia, que llevan comida y agua a los equipos de extinción o que abren sus casas a quienes han sido evacuados. Esta no es una simple suma de actos individuales; es la inteligencia colectiva de una comunidad que se activa en defensa propia. Es, en su mejor versión, un complemento indispensable para los servicios de emergencia profesionales.
La cara oportunista: la instrumentalización política del lema
El problema surge cuando esta admirable muestra de autoorganización es secuestrada y manipulada con fines políticos. El lema "el pueblo salva al pueblo" es perfecto para el discurso populista porque traza una línea divisoria muy clara: por un lado, está "el pueblo", puro, valiente y auténtico; por otro, "el sistema" o "los políticos", presentados como una élite lejana, ineficaz y burocrática que ha abandonado a su gente.
Esta narrativa de "el pueblo salva al pueblo" es extremadamente eficaz para:
- Criticar al gobierno de turno: La oposición puede utilizar estas imágenes para atacar la gestión de la emergencia, acusando al gobierno de falta de medios, de lentitud en la respuesta o de estar más preocupado por "la burocracia ecologista" que por la seguridad de la gente.
- Fomentar la desconfianza en el Estado: Ciertas corrientes ideológicas utilizan este lema para promover una visión anti-estatal, sugiriendo que el individuo o la pequeña comunidad son más eficientes que un Estado al que pintan como un ente opresor e inútil.
- Desviar la atención de las causas estructurales: Al centrar todo el foco en el heroísmo del momento, se evita hablar de las verdaderas causas de los incendios, como el abandono rural, la falta de gestión forestal durante todo el año o los efectos del cambio climático, responsabilidades que a menudo son compartidas por diferentes administraciones a lo largo de décadas.
Los riesgos del heroísmo descontrolado
Es fundamental hacer una distinción crucial: una cosa es la colaboración ciudadana organizada y subordinada a los mandos de los servicios de extinción, y otra muy distinta es la acción individual y caótica. El heroísmo sin control puede ser contraproducente y extremadamente peligroso.
Los bomberos forestales y la Unidad Militar de Emergencias (UME) son profesionales altamente cualificados que trabajan siguiendo estrategias muy estudiadas. La presencia de civiles no coordinados en la línea de fuego puede:
- Poner en riesgo vidas humanas: Un cambio repentino en la dirección del viento puede atrapar a personas que no conocen los protocolos de seguridad.
- Entorpecer las labores de extinción: Pueden bloquear caminos de acceso para los vehículos de emergencia o interferir en la estrategia de ataque al fuego.
- Generar una falsa sensación de seguridad: Creer que un caldero de agua puede frenar un frente de llamas de 20 metros es una ilusión peligrosa.
La solidaridad vecinal es un tesoro que debe ser aplaudido, reconocido y, sobre todo, canalizado. Las administraciones deben crear programas de voluntariado y protección civil bien estructurados, que formen a la población local para que puedan colaborar de forma segura y eficaz.
Pero este heroísmo nunca puede ser la excusa para normalizar la falta de medios. "El pueblo salva al pueblo" solo debería ser la expresión de un apoyo extraordinario en una situación excepcional, no la norma que justifique un sistema de emergencias público infradotado. La solución ideal no es elegir entre el pueblo y el Estado, sino una simbiosis: una ciudadanía organizada y resiliente, respaldada por unos servicios públicos profesionales, bien financiados y a la altura del desafío que suponen los incendios del siglo XXI.
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