¿Por qué el Sol se ve más grande al amanecer y al atardecer? La ciencia detrás de una ilusión celestial

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10/05/2025 - 10:30
Luz del sol al amanecer y al atardecer

Lectura fácil

Hay momentos en el día que logran tocar las fibras más sensibles del ser humano, y que además despiertan la curiosidad de los más observadores. El amanecer y el atardecer no solo marcan el inicio y el fin de una jornada, sino que también son ventanas de reflexión, instantes que invitan tanto a la contemplación poética como al análisis racional. En esos instantes, el cielo se tiñe de colores cálidos y el Sol, ese astro incansable, parece transformarse, mostrándose más grande, más majestuoso… casi más cercano. Pero ¿realmente lo está?

El Sol y la ilusión que engaña a nuestros sentidos

Muchas personas han notado que el astro, al salir o ponerse, parece aumentar de tamaño. Sin embargo, esta percepción no corresponde a un cambio real en la distancia entre el Sol y la Tierra. En otras palabras, el astro rey no se acerca más a nosotros al amanecer ni se aleja al atardecer. De hecho, esa distancia varía muy poco a lo largo del día, por lo que cualquier diferencia notoria levantaría sospechas entre los científicos.

Lo que ocurre es un fenómeno óptico, una ilusión provocada tanto por factores atmosféricos como por la manera en que nuestro cerebro interpreta lo que ve. Esta ilusión se conoce como la “ilusión del horizonte”.

La ilusión del horizonte: cuando el contexto engaña

Uno de los factores principales detrás de esta percepción agrandada es el contexto visual. Cuando el Sol se encuentra bajo en el horizonte, es decir, cuando está saliendo o poniéndose, lo vemos enmarcado por elementos del paisaje: edificios, árboles, montañas o el propio horizonte terrestre. Estos elementos sirven como puntos de referencia, y hacen que nuestro cerebro perciba el tamaño del Sol como más grande de lo que realmente es.

En cambio, cuando el Sol está en lo alto del cielo, en el cenit, flota solitario en un fondo azul uniforme. En ese momento, no hay referencias visuales cercanas con las que compararlo, por lo que nuestro cerebro estima su tamaño como menor, aunque físicamente siga siendo exactamente el mismo.

A este juego visual se le suma un efecto físico: la refracción atmosférica. Cuando el Sol se encuentra cerca del horizonte, su luz debe atravesar una mayor cantidad de atmósfera antes de llegar a nuestros ojos. Esta mayor densidad atmosférica provoca que los rayos de luz se desvíen ligeramente. Los rayos que provienen del borde superior del astro y los del borde inferior llegan con distintos ángulos, lo que produce una leve deformación en su imagen aparente.

Este fenómeno se conoce como "aumento de la imagen en el dióptrico esférico", y aunque suene complejo, simplemente se refiere a cómo se curva y distorsiona la luz al atravesar diferentes capas del aire, que tienen densidades variables. Como resultado, el astro puede parecer más achatado, más ovalado… y sí, también más grande.

Entre la ciencia y la emoción

Aunque la ciencia tenga una explicación concreta y perfectamente lógica para este fenómeno, no podemos ignorar el componente emocional que se asocia al amanecer y al atardecer. El astro que aparece tras una noche oscura simboliza nuevos comienzos, oportunidades frescas y promesas por cumplir. Ese mismo astro que se esconde tras el horizonte al final del día nos invita a la reflexión, al descanso, a la nostalgia.

Tal vez por eso nos parezca más grande: porque lo miramos con deseo, con esperanza, o incluso con cierta melancolía. Porque proyectamos en él nuestras emociones, nuestras ganas de comenzar o cerrar un ciclo.

En resumen, el Sol no cambia de tamaño, pero nuestra percepción sí. Entre la ilusión óptica del horizonte, la refracción de la luz en la atmósfera y el poder de nuestra propia mente, se construye una imagen majestuosa que mezcla ciencia y poesía. El amanecer y el atardecer son mucho más que momentos del día: son espectáculos naturales en los que la física y la emoción se dan la mano para ofrecernos un instante de asombro.

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