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Los teléfonos móviles, lejos de ser solo una herramienta, se han convertido en una presencia constante en nuestra vida diaria. Sin importar la edad, el nivel económico o el lugar en el que vivamos, resulta casi imposible encontrar a alguien que no dependa, en mayor o menor medida, de su smartphone. Lo utilizamos para comunicarnos, pagar, viajar, trabajar, entretenernos y hasta para orientarnos en la ciudad. Esta dependencia hace que, incluso sin darnos cuenta, pasemos horas con el dispositivo en la mano.
Aunque el teléfono en sí no es el problema, las aplicaciones que alberga están diseñadas para captar nuestra atención el mayor tiempo posible. Son ellas las que convierten un “chequeo rápido” en una hora de desplazamiento interminable entre pantallas. Y si ya para los adultos supone un desafío gestionar este hábito, la preocupación aumenta cuando se trata del uso que hacen los menores.
Infancia digital y con móviles: un riesgo en crecimiento
Las generaciones adultas conocieron internet y las redes sociales ya siendo mayores, pero los niños actuales crecen con esa realidad desde sus primeros años. Cada vez más padres y expertos alertan de las consecuencias de una exposición temprana: se ha vuelto común entregar un móvil a un niño pequeño para mantenerlo entretenido, sin medir el impacto que puede tener en su desarrollo.
Investigaciones recientes muestran que recibir el primer smartphone antes de los 13 años incrementa los riesgos de baja autoestima, dificultades en la gestión de emociones, pensamientos suicidas y problemas en la construcción de la identidad, sobre todo en niñas.
¿A qué edad deberían tener un móvil los menores?
Muchos especialistas coinciden en que los menores de 16 años no cuentan con la madurez suficiente para manejar un dispositivo tan complejo y lleno de estímulos como un smartphone. Francisco Villar Cabeza, coordinador del programa de conducta suicida del menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, lo ejemplifica con una comparación clara: “De igual forma que no se puede conducir un coche antes de los 18 porque falta responsabilidad, tampoco deberíamos entregar un móvil a un menor antes de los 16 o 18 años”.
En 2024, el Gobierno reunió a 50 especialistas para elaborar un informe de más de 250 páginas con 107 medidas de protección digital para los menores. Entre las recomendaciones más destacadas están:
- Evitar cualquier contacto con dispositivos digitales entre los 0 y 3 años.
- Entre los 3 y 6 años, permitir su uso solo en momentos puntuales y necesarios.
- Los adultos deben moderar el uso de móviles delante de los niños pequeños para no normalizar la dependencia.
- De los 6 a los 12 años, fomentar que la tecnología sea secundaria frente a actividades presenciales, deportivas y de contacto con la naturaleza.
- Entre los 12 y 16 años, se puede permitir el uso del teléfono, pero limitado únicamente a llamadas, sin acceso a Internet.
Estas medidas, aunque valiosas, siguen siendo solo recomendaciones. La clave está en su aplicación y en el cambio de hábitos tanto en las familias como en la sociedad.
El reto de los padres: entre la presión social y la educación
Uno de los principales obstáculos para limitar el uso del móvil en la infancia es la presión social. Muchos menores insisten en tener un smartphone porque sus amigos ya lo tienen, y el miedo a quedarse excluidos es un argumento difícil de rebatir para los padres.
Ante esta situación, han surgido movimientos colectivos como Adolescencia Libre de Móviles (ALM), una plataforma que busca retrasar la entrega del primer smartphone y educar sobre un uso más responsable. Nacida en el barrio barcelonés de Poblenou, esta iniciativa ha logrado reunir a más de 30.000 familias y profesionales de toda España, incluyendo médicos, psicólogos, educadores y expertos en tecnología.
Su objetivo es claro: cambiar la percepción social de que lo normal es regalar un móvil al pasar de primaria a secundaria.
Los profesionales de la salud coinciden en el mismo diagnóstico: los móviles afectan de forma negativa al desarrollo infantil. “No hay ni un médico ni un psicólogo que esté satisfecho con el uso que los menores hacen de los móviles, porque impactan directamente en su bienestar”, aseguraba Francisco Villar durante una concentración organizada en Madrid por el Movimiento OFF en junio pasado.
Responsabilidad compartida
La sociedad enfrenta un reto complejo. Por un lado, los móviles son herramientas útiles y en muchos casos imprescindibles; por otro, la exposición temprana y descontrolada puede generar problemas graves en la infancia y la adolescencia. La solución no pasa solo por regulaciones externas, sino también por un compromiso real de las familias, la educación y la comunidad en general.
El debate está abierto y cada vez más voces se suman a la reflexión: ¿queremos una infancia conectada a las pantallas o una generación capaz de disfrutar del mundo real?
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