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El monocultivo, la práctica de cultivar una sola especie vegetal en extensas áreas durante años, se ha convertido en un símbolo de eficiencia dentro del modelo agroindustrial global. Al centrarse en una única variedad, los agricultores logran reducir costes, optimizar el uso del suelo y las condiciones climáticas locales, y especializar sus conocimientos.
Además, esta homogeneidad tecnológica permite estandarizar procesos: desde el uso de maquinaria hasta la aplicación de plaguicidas o fertilizantes. Para muchas explotaciones agrícolas, el monocultivo representa una vía directa hacia la rentabilidad y la competitividad.
Sin embargo, detrás de este aparente éxito económico se esconden profundas consecuencias ecológicas y sociales. Así lo retrata el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo, una investigación de las periodistas Nazaret Castro, Laura Villadiego y Aurora Moreno Alcojor, que identifican esta práctica como la máxima expresión del sistema agroalimentario global: uno que privilegia el beneficio económico sobre la producción de alimentos y que concibe la agricultura como una cadena industrial más.
La fragilidad ambiental de un modelo basado en la uniformidad
Un estudio publicado en Nature reconoce que, en determinados contextos, las plantaciones de monocultivo pueden ser la opción más viable para maximizar beneficios económicos a corto plazo. Pero la evidencia científica se acumula en sentido contrario: la permanencia de este modelo a largo plazo resulta incompatible con la sostenibilidad ambiental y social.
Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) son alarmantes: al menos una tercera parte de los suelos del planeta muestra signos de degradación. Entre las causas más señaladas, los monocultivos destacan por empobrecer la materia orgánica, erosionar las capas fértiles, alterar el pH y reducir la actividad biológica del suelo.
Mariano Ángel Valdivia Dávila, investigador en Ciencias Agrícolas y Biotecnología en la Universidad de Guadalajara, explica que al eliminar la diversidad vegetal se pierden microorganismos esenciales, como las micorrizas y los saprofitos, debilitando la capacidad natural del suelo para mantener su fertilidad o absorber carbono. Sin ellos, los ecosistemas agrícolas se vuelven más propensos a plagas y enfermedades, lo que perpetúa un círculo de dependencia hacia los agroquímicos.
La biodiversidad, víctima invisible del monocultivo
La homogeneidad genética que aporta eficiencia al monocultivo también los hace vulnerables. Investigadores de la Universidad de Chile han advertido que la sustitución de comunidades vegetales diversas por unas pocas especies, generalmente exóticas y de alto rendimiento, reduce la resiliencia de los ecosistemas ante fenómenos como el cambio climático o la invasión de especies foráneas.
Con la pérdida de biodiversidad no solo desaparecen especies, sino que se empobrece la capacidad del entorno para autorregularse. Sin variedad de plantas, animales y microorganismos, cada cultivo se convierte en un sistema frágil y dependiente de la intervención humana constante. La fertilidad del suelo baja, las plagas se expanden más fácilmente y los ecosistemas pierden equilibrio.
México: el aguacate que devora bosques
Uno de los ejemplos más claros de este fenómeno se encuentra en México, donde el auge internacional del aguacate ha generado una rápida expansión de sus plantaciones. La historiadora ambiental Viridiana Hernández Fernández estima que la deforestación atribuida a este cultivo oscila entre 1.173 y 10.000 hectáreas de bosque al año en la última década.
Además, los árboles de aguacate demandan entre cuatro y cinco veces más agua que las especies nativas, como los pinos de Michoacán. Este consumo desproporcionado provoca la sobreexplotación de acuíferos, compromete el suministro de agua para las comunidades locales y agrava la sequía en regiones que ya sufren estrés hídrico.
La consecuencia no solo es ambiental, sino también social: quienes trabajaban la tierra con cultivos tradicionales pierden su sustento ante la concentración del mercado en manos de grandes corporaciones.
Impactos sociales y pérdida de soberanía alimentaria
El avance del monocultivo también desplaza a los productores locales, reduciendo la diversidad cultural y la autonomía alimentaria. Según diversos estudios, esta práctica erosiona la soberanía de las comunidades rurales al sustituir sistemas agrícolas diversos por modelos industriales enfocados en un número limitado de productos globales.
Mientras la agricultura industrial se centra en apenas una docena de cultivos y cien variedades de ganado, los campesinos del mundo mantienen vivas más de 8.000 razas locales y han contribuido con cerca de 1,9 millones de variedades vegetales a los bancos genéticos del planeta. Su desaparición supondría perder un patrimonio biológico y cultural irremplazable, justo cuando la diversidad genética es clave para resistir las crisis climáticas.
La homogeneidad del paisaje agrícola no solo afecta a la biodiversidad, sino que puede agravar los desastres naturales. En 2017, Chile sufrió incendios que arrasaron más de 280.000 hectáreas de esta práctica en suelo forestal, liberando casi la misma cantidad de dióxido de carbono que las emisiones totales del país durante el año anterior.
Ese mismo año, Portugal vivió una tragedia similar: decenas de personas murieron atrapadas en una carretera cercada por plantaciones de eucaliptos, un monocultivo altamente inflamable. Estos episodios ilustran cómo la falta de diversidad vegetal convierte los paisajes agrícolas en mechas listas para arder.
Hacia una agricultura diversa y regenerativa
Frente a este modelo que agota los recursos naturales, investigadores y comunidades rurales plantean alternativas. La restauración de bosques mixtos de especies nativas se presenta como una estrategia efectiva para recuperar la salud de los suelos y conservar la biodiversidad. Integrar la gestión comunitaria y los saberes locales en estos proyectos no solo es más sostenible, sino que también puede mantener, e incluso mejorar, la productividad.
El desafío está en equilibrar eficiencia y ecosistemas. Una agricultura diversa, adaptada al territorio y basada en ciclos naturales, podría ofrecer una vía para alimentar al mundo sin sacrificar el futuro del planeta.
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