
Lectura fácil
Europa se ha erigido con orgullo como la líder mundial de la transición verde. A través del ambicioso Pacto Verde Europeo, ha establecido los estándares más exigentes del planeta en materia de sostenibilidad, derechos laborales y gobernanza. Sobre el papel, es el camino correcto, un modelo ético y necesario para afrontar la crisis climática. Sin embargo, en el tablero de la economía global, esta virtud se está convirtiendo en su mayor vulnerabilidad. Es la gran paradoja de la transición verde: mientras Europa construye una industria limpia y justa, corre el riesgo de dejar de tener una industria que proteger.
Esta encrucijada define el mayor desafío estratégico para la Unión Europea en el siglo XXI. La pregunta ya no es si la descarbonización es necesaria, sino cómo llevarla a cabo sin que suponga un suicidio económico. ¿Es posible ser sostenible y competitivo a la vez, cuando tus principales rivales juegan con unas reglas completamente diferentes?
Jugar en un campo inclinado: el coste de los altos estándares
Ser una empresa sostenible en Europa es caro. La estricta regulación medioambiental obliga a realizar enormes inversiones en tecnologías limpias, la normativa laboral garantiza salarios y condiciones dignas que aumentan los costes de producción, y las exigencias de transparencia y gobernanza añaden una capa de complejidad administrativa. Todo ello es deseable y necesario, pero tiene un impacto directo en el precio final del producto.
Un coche eléctrico, una placa solar o una tonelada de acero fabricados en Europa llevan incorporados en su coste unos estándares sociales y medioambientales que simplemente no existen en otras partes del mundo. Esta situación crea una competencia fundamentalmente injusta. Mientras la industria europea avanza con una "mochila" de responsabilidades, compite contra actores que corren mucho más ligeros.
Los competidores y sus modelos, subsidios masivos y 'dumping' ambiental
La desventaja europea se hace evidente al mirar a sus dos grandes competidores globales:
- Estados Unidos y su 'Inflation Reduction Act' (IRA): La respuesta de EEUU a la transición verde no ha sido la regulación, sino los subsidios masivos. A través de la IRA, la administración estadounidense está inyectando cientos de miles de millones de dólares en ayudas directas a las empresas que fabriquen tecnologías limpias en su territorio. Es un modelo proteccionista que atrae la inversión y abarata artificialmente sus productos, compitiendo de forma desleal con los europeos.
- China y su capitalismo de Estado: El gigante asiático combina una intervención estatal masiva con unos costes de producción mucho más bajos, a menudo a costa de unos estándares laborales y medioambientales muy laxos. Esta estrategia le ha permitido dominar mercados clave como el de los paneles solares o las baterías para coches eléctricos, inundando el mercado global con productos a precios contra los que es imposible competir.
Frente a estos dos modelos, Europa se encuentra en una posición de fragilidad. Su apuesta por un modelo basado en la regulación y el precio del carbono (el sistema de comercio de emisiones) es, teóricamente, más eficiente y justa, pero en la práctica la deja en una situación de inferioridad competitiva.
Desindustrialización y dependencia estratégica
Si esta dinámica no se corrige, las consecuencias para Europa pueden ser devastadoras.
- Fuga de industrias (desindustrialización): Las empresas europeas, incapaces de competir con los precios de los productos importados, podrían verse abocadas a cerrar o, peor aún, a deslocalizar su producción a países con regulaciones más laxas, llevándose con ellas el empleo y la innovación.
- Dependencia estratégica: El caso de los paneles solares es el ejemplo paradigmático. Europa es líder en la instalación de energía solar, pero depende en más de un 90 % de los paneles fabricados en China. Estamos descarbonizando nuestro sistema eléctrico a costa de aumentar nuestra dependencia de una potencia rival. Lo mismo podría ocurrir con las baterías, los electrolizadores para hidrógeno verde o los aerogeneradores.
Esta situación nos llevaría al absurdo de haber creado un continente verde y sostenible, pero sin industria propia, dependiendo de las cadenas de suministro de otros para poder mantener nuestro propio modelo. Seríamos un "jardín" tecnológico importado.
Para evitar este futuro, Europa está empezando a reaccionar. Medidas como el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM), una especie de arancel verde que gravará las importaciones de productos contaminantes, son un primer paso en la dirección correcta. Sin embargo, el reto exige una política industrial mucho más asertiva, que combine la defensa de nuestros estándares con una inversión estratégica en las tecnologías clave del futuro, para demostrar que es posible ser verde, justo y, a la vez, competitivo.
Añadir nuevo comentario