Dos aberraciones comunes

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19/02/2020 - 11:46

Lectura fácil

Se ha puesto de moda últimamente referirse constantemente a la igualdad, no en su acepción de término comparativo, sino como un objetivo fáctico a conseguir entre sujetos diversos en una colectividad humana. 

Coincidiendo con esta concepción  ha aparecido también,  con igual virulencia, la tendencia a convertir a la llamada tradicionalmente “naturaleza” en un ente de características antropomórficas, como si fuera un personaje o un actor del devenir existencial. El término así empleado, convertido en ente o actor universal, viene a sustituir al tradicionalmente utilizado concepto de Dios, creyendo que se desliga así el tema de implicaciones de tipo religioso. Aunque tales ideas parecen no tener una conexión entre sí, ambas tienen su origen en la misma “cosmovisión”, como dirían algunos filósofos contemporáneos, y ambas tienen por objeto transformar  la realidad para que esta se conforme a una determinada ideología.

Como toda moda la idea se repite una y otra vez, sin que quien lo hace se pare a pensar lo que está diciendo, ni  las consecuencias que se derivarían de tal afirmación. O  si es verdad y tiene sentido tal concepto referido a la realidad del mundo que nos rodea. Las constantes apelaciones al planeta tierra como si fuera una conciencia que padece los asaltos de la inconsciente humanidad, que sufre pacientemente los envites de un irresponsable sistema que nos lleva a la destrucción de su existencia, tienen por objeto despertar en el hombre una conciencia de culpabilidad que exige reformar nuestro comportamiento, hacer sacrificios y rendir pleitesía a ese ser infinitamente benévolo que sería una tierra personalizada, “la gran madre” la célebre “Pacha Mama” que hasta es objeto de consideración en este nuevo vaticano “reformado”… Tales implicaciones no son casualidad, es el intento de crear una religión substitutiva a las tradicionales en la práctica, con sus ritos, dogmas, penitencias, salvaciones oportunas y autoridades competentes para determinar quien cumple o no y los castigos que le corresponden al infractor. En realidad es la substitución del Dios tradicional con sus mandamientos, leyes, normas de conducta y jerarquías eclesiásticas.

 Lo paradójico es que sin necesidad de creer en esa tan exaltada visión de la naturaleza,  efectivamente esta tiene sus constantes y sus leyes, y curiosamente prescindiendo de su personalización divina, lejos de cualquier control humano efectivo, quien las padece y las sufre,  no tiene más remedio que  soportarlas lo más estoicamente posible. Desde un punto de vista objetivo es fácil darse cuenta de la ausencia de benignidad de esa “naturaleza” al observar cualquier desastre natural: las conmociones sísmicas, meteoritos, inundaciones, sequías, huracanes, basta ver en un mapa geológico  la evolución de los continentes para sin demasiada imaginación suponer las consecuencias catastróficas para toda forma de vida, sin que el hombre puede ejercer influencia significativa en tales fenómenos.  Por no mencionar en términos biológicos lo que supone la cadena de supervivencia de las especies: la lucha permanente e inmisericorde por el territorio y su depredación colectiva.

Curiosamente hablando de ritos indígenas, ahora tan de moda, no es casualidad que en la teología de los antiguos mexicas se rindieran sacrificios sangrientos a las divinidades, al entender mediante una deducción totalmente lógica,  que sangre humana era lo que necesitaban las dioses para subsistir, visto su comportamiento precisamente en la naturaleza que les rodeaba.  Practicar sacrificios humanos para apaciguar a los dioses no es ninguna rareza en religiones primitivas. Por eso esa cruzada actual, presentando a una “natura, benéfica y edulcorada” es una falsedad tan evidente que sorprende que el sentido común no se revuelva ante un intento tan burdo para imponerse como ideología salvífica. Es una aberración en absoluto coincidente con la realidad. Una idea que intenta adueñarse del comportamiento colectivo para facilitar la manipulación política de la sociedad…

 En cuanto al concepto de “igualdad” entendido como identidad, estamos ante  uno de los nuevos mantras que van en el mismo sentido que lo anterior, queriendo hacernos ver una realidad distinta a la que tenemos ante nuestros ojos. Pocas cosas hay tan evidentes como que lo que predomina en la realidad, física y biológica a nuestro alrededor,  es precisamente la diversidad, la diferencia, la variedad de las especies de plantas, de animales, las disparidades físicas y psicológicas entre humanos, y ahí precisamente esta su grandeza y el misterio. Pretender ignorar el imperativo biológico es tan absurdo como cuando los marxistas leninistas en su día condenaron la genética por ser una factura “burguesa” por ir en contra de sus proyectos totalitarios unificadores y controladores. La naturaleza  “de verdad“ es muy terca: no nacemos como una pizarra en blanco. Lo que llamaríamos elementos culturales, introducen leves variaciones en el ámbito de lo humano y como repercusión, en alguna pequeña medida, sobre el mundo circundante, vegetal y animal, pero muy condicionado por las  leyes básicas de la naturaleza, por ejemplo, la inmensa mayoría de las especies, sobre todo la totalidad de los mamíferos, representa una configuración sexuada y su reproducción está condicionada por ese hecho; podemos determinar la variedad de uniones entre personas individuales pero la reproducción requerirá siempre la conjunción de ambos sexos directa o indirectamente.

 En ambos casos estamos  ante una ideología que supera en aspiraciones a lo  que intelectualmente  en el pasado se identificaba como una rebelión existencial contra el “orden divino” que se reflejaba en un ateísmo militante, no agnosticismo, sino un anti teísmo,  ahora se ha trasladado con armas y bagajes a todo el espectro social de Occidente, y  lo que pretende es ir contra las propias leyes evolutivas que marca precisamente esa diversidad y competencia. Apunta directamente  a la propia  estructura y se revuelve contra  las leyes naturales y sus fenómenos.  Esa “natura” desde una óptica humana es cruel si la vemos sin anteojos.  Resumiendo: ¡No me gusta el mundo tal como es: es injusto,  “natura” “Dios” o lo que sea, se equivocan,  hay que cambiar y destruirlo para formar uno nuevo!

Es un intento absurdo, auto destructor a la larga, una rebelión intelectual,   llevándole la contraria a las leyes de la  propia naturaleza, una especie de movimiento “anti naturaleza real”  disfrazado de una fantasía naturalista, ni siquiera  sería la correspondencia naturalista al ateísmo, una especie de  a naturalismo,  sino que estamos ante el equivalente a un “anti Dios” no un simple ateo.

Es la grandeza única, al menos en este planeta, de la especie humana: ser capaz de ver más allá de las limitaciones naturales, y no estar sujeto a una servidumbre literal a sus las implacables leyes, podemos intentar humanizarlas pero nunca violentarlas abiertamente. Por mucha rabia que en una dimensión intelectual teórica creamos percibir una realidad más perfecta…Probablemente con nuestra pobre y limitada falta de perspectiva el pasarnos de frenada nos puede llevar al desastre. La inevitable constancia de la naturaleza es que si nos equivocamos quienes desaparecemos somos nosotros, no necesariamente aquellos pueblos más “primitivos”, mientras el universo a nuestro alrededor ahí seguirá…

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