Lectura fácil
Cuando el rey Felipe VI se coloca frente a las cámaras, ya sea en el tradicional mensaje de Nochebuena o en una apertura solemne de legislatura, lo que los ciudadanos escuchan en el discurso del Rey, no es solo la opinión de un hombre, ni siquiera solo la de un monarca. Es la voz del Estado.
Un reciente análisis de la Cadena SER, publicado este 25 de septiembre de 2025, ha puesto el foco en la "trastienda" de estas intervenciones, revelando una maquinaria de precisión donde cada adjetivo, cada pausa y cada omisión es fruto de una negociación constante, y a veces tensa, entre dos palacios: el de la Zarzuela y el de la Moncloa.
A menudo se tiene la percepción errónea de que el rey escribe sus discursos en la soledad de su despacho o que, por el contrario, es el presidente del Gobierno quien se los dicta. La realidad, tal y como desvela el análisis, se sitúa en un punto intermedio mucho más complejo. Cada discurso del Rey supone un viaje de ida y vuelta de documentos, correcciones y matices que refleja la propia salud institucional del país. Entender cómo se fraguan estos textos es entender cómo funciona la monarquía parlamentaria en España.
La cocina de Zarzuela y el filtro de Moncloa
El proceso de creación de un discurso del Rey suele comenzar en la Casa Real. El equipo de Felipe VI, liderado por el jefe de la Casa y con el apoyo de diplomáticos y asesores de comunicación, elabora un primer borrador. En esta fase embrionaria es donde se intenta plasmar la impronta personal del monarca: sus preocupaciones sobre la juventud, la proyección internacional de España o la sostenibilidad. Es el momento de definir el "tono", que en el caso de Felipe VI suele ser más directo, sobrio y pegado a la legalidad que el de su padre, Juan Carlos I.
Sin embargo, ese borrador no puede ver la luz sin cruzar la ciudad hasta el complejo de la Moncloa. Aquí entra en juego el papel del Gobierno. Dependiendo de la temática (política exterior, defensa, asuntos sociales), los ministerios competentes revisan el texto. Pero es la Presidencia del Gobierno la que tiene la última palabra. El análisis de la SER destaca que, en ocasiones, este intercambio de borradores del discurso del Rey se convierte en un pulso sutil. Moncloa puede sugerir incluir ciertos logros de gestión o "enfriar" temas espinosos, mientras que Zarzuela lucha por mantener un perfil institucional que no parezca partidista, buscando ese difícil equilibrio de "reinar para todos".
El refrendo invisible: por qué el rey no habla solo
Detrás de esta supervisión no hay capricho, sino un mandato constitucional. El artículo 64 de la Constitución establece que los actos del rey serán refrendados por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes. Esto significa una cosa fundamental: el rey es irresponsable políticamente. Si el monarca dijera algo inapropiado o inconstitucional, la culpa política no sería suya, sino del Gobierno que lo ha permitido.
Por tanto, el "lápiz rojo" del Gobierno es una garantía de protección para la propia Corona. No obstante, el reportaje señala que esta dependencia genera a veces situaciones delicadas. Si la sintonía entre Zarzuela y Moncloa es fluida, el discurso del Rey sale rodado. Si hay desconfianza o agendas divergentes, la redacción se convierte en una operación quirúrgica para encontrar palabras que satisfagan al Ejecutivo sin comprometer la neutralidad de la Jefatura del Estado. En el contexto político actual de 2025, donde la polarización es alta, este ejercicio de funambulismo verbal es más exigente que nunca.
De la retórica a la cercanía
Más allá del control político, el análisis también se detiene en la evolución estilística. Felipe VI ha ido depurando sus intervenciones a lo largo de la última década. Se ha alejado progresivamente de las frases barrocas y las metáforas complejas para abrazar un lenguaje más técnico y funcional.
Los expertos consultados apuntan a que detrás del discurso del Rey también hay una estrategia de imagen muy medida. La escenografía, la elección de la sala, las fotos en las estanterías o la ausencia de símbolos religiosos en determinados contextos no son casuales. Son mensajes no verbales que complementan al texto y que también pasan sus propios filtros.
Al final, lo que hay detrás del discurso del rey es un esfuerzo titánico por mantener la vigencia de una institución histórica en una sociedad digital y acelerada, asegurándose de que cada palabra sume y ninguna reste.
Añadir nuevo comentario