¿Medimos bien la desigualdad? La brecha de ingresos baja, pero el malestar social persiste

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10/07/2025 - 16:00
Pies de varias personas en situación de desigualdad social

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La desigualdad es uno de los temas centrales en el debate económico y social actual. En los últimos años, los principales indicadores, como el índice de Gini, muestran que la brecha de ingresos en España y en otros países europeos se ha reducido. Sin embargo, el malestar social y la sensación de precariedad persisten entre amplias capas de la población. Esta paradoja nos lleva a preguntarnos si realmente medimos bien la desigualdad y cuáles son los factores que influyen en la percepción ciudadana más allá de los datos económicos.

Reducción de la brecha de ingresos: avances y limitaciones

Según los datos más recientes, España ha logrado reducir su índice de Gini a niveles previos a la crisis de 2008, situándose en 31,5 en 2023. Este avance se atribuye a varios factores: el crecimiento económico, la creación de empleo más estable y mejor remunerado, y la aplicación de políticas redistributivas como el Ingreso Mínimo Vital, la subida de las pensiones y el aumento del salario mínimo interprofesional. Países como Irlanda, Polonia y Eslovaquia también han experimentado mejoras similares en la reducción de la desigualdad de ingresos, y en Estados Unidos, las transferencias federales durante la pandemia contribuyeron a reducir la brecha.

No obstante, la reducción de la desigualdad de ingresos no siempre se traduce en una mejora directa del bienestar social. El indicador AROPE, que mide el riesgo de pobreza o exclusión social, revela que en 2023 había 240.000 personas más en riesgo respecto al año anterior, alcanzando a 12,7 millones de personas. Esto indica que, aunque la brecha de ingresos se reduzca, la pobreza y la exclusión social siguen siendo desafíos importantes que requieren atención y políticas específicas.

El impacto de la inflación, la vivienda y el empleo en el malestar social

Uno de los factores que explican el malestar social es la inflación, que ha erosionado el poder adquisitivo de los salarios y ha encarecido la cesta de la compra en casi 14 puntos porcentuales por encima de los sueldos en los últimos cinco años. Además, el acceso a la vivienda se ha convertido en un problema estructural: los precios del alquiler y la dificultad para acceder a una hipoteca afectan especialmente a los jóvenes y a los hogares con menos recursos. La precariedad laboral, con empleos temporales y salarios bajos, también contribuye a la sensación de inseguridad económica.

Estos factores, que no siempre se reflejan en los indicadores tradicionales de desigualdad, tienen un fuerte impacto en la vida cotidiana de las personas y alimentan la percepción de que la recuperación económica no llega a todos por igual. La brecha de ingresos puede reducirse, pero si los precios suben y el acceso a servicios básicos como la vivienda o la sanidad se complica, el malestar social persiste.

Más allá de los datos: percepción, expectativas y políticas públicas

La percepción de la desigualdad no depende solo de los datos objetivos, sino también de las expectativas y de la comparación constante con otros grupos sociales. La sobrecarga de información y la publicidad aumentan las expectativas de consumo, lo que puede generar frustración incluso en contextos de mejora económica. Además, la desigualdad territorial, el acceso desigual a servicios públicos y la falta de oportunidades en ciertas zonas agravan la sensación de injusticia.

Expertos y organizaciones sociales coinciden en que las políticas públicas deben ir más allá de la mera reducción de la brecha de ingresos. Es necesario reforzar el acceso a la vivienda, mejorar la calidad del empleo, garantizar una educación pública inclusiva y proteger a los colectivos más vulnerables. Solo así se podrá reducir el malestar social y avanzar hacia una sociedad más equitativa y cohesionada, donde los datos económicos reflejen realmente el bienestar de la población.

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