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Con el avance del cambio climático, las olas de calor se han vuelto más frecuentes e intensas en muchas regiones del mundo. Aunque los efectos más visibles de estas olas son el agotamiento físico, los golpes de calor o los incendios, su impacto en la salud pública va mucho más allá. Una de las consecuencias más preocupantes es la propagación acelerada de enfermedades parasitarias.
Las olas de calor tienen una gran influencia en la propagación de numerosas enfermedades, hasta el punto de que pueden aumentar su carga hasta 13 veces más.
Así se recoge en un estudio realizado por científicos del Trinity College de Dublín (Irlanda) y publicado en la revista ‘PLOS Climate’.
Este descubrimiento y sus implicaciones llegan en un momento importante, en el que el cambio climático global y los fenómenos meteorológicos extremos relacionados afectan a muchas personas de diversas maneras. Por ejemplo, las temperaturas se acercaron a los 50 grados el mes pasado en Pakistán, mientras que una ola de frío en Sudáfrica se acercó a condiciones de congelación.
Cómo el calor extremo y olas de calor favorecen a los vectores transmisores
Las enfermedades parasitarias, como la leishmaniasis, el dengue o la enfermedad de Chagas, son transmitidas por insectos vectores como mosquitos, flebótomos o chinches. Estos vectores dependen del clima para sobrevivir, reproducirse y expandirse. El calor extremo acelera su ciclo biológico, aumenta su capacidad de reproducción y amplía las zonas geográficas en las que pueden vivir.
Por ejemplo, el mosquito Aedes aegypti, transmisor del dengue, el zika y el chikungunya, se ha detectado en regiones de Europa donde antes no podía sobrevivir debido al frío. Las olas de calor permiten que estos insectos se establezcan en nuevos lugares y propaguen enfermedades que antes se consideraban tropicales.
Nuevos desafíos para los sistemas de salud
El aumento de las enfermedades parasitarias en zonas donde antes no existían plantea un gran reto para los sistemas de salud pública. Estas enfermedades a menudo requieren diagnósticos específicos, tratamientos complejos y campañas de prevención que no siempre están disponibles en zonas no acostumbradas a enfrentarlas.
Además, las olas de calor suelen coincidir con momentos en los que los servicios de salud están sobrecargados, dificultando la detección y el control de los brotes. Las poblaciones más vulnerables —niños, personas mayores o personas sin hogar— son las más afectadas tanto por las altas temperaturas como por la exposición a vectores infecciosos.
Prevención, vigilancia y adaptación a las olas de calor
Para hacer frente a esta nueva amenaza, es fundamental reforzar la vigilancia epidemiológica, adaptar los planes de salud pública y mejorar la educación ambiental. Las autoridades sanitarias deben implementar campañas de prevención y sensibilización, especialmente en los meses de más calor, y mejorar los sistemas de detección temprana de enfermedades parasitarias.
La colaboración entre sectores —salud, medio ambiente, urbanismo y educación— es clave para mitigar los efectos de las olas de calor y prevenir la propagación de enfermedades asociadas. En el contexto del cambio climático, proteger la salud pública pasa por comprender mejor la relación entre el clima y los patógenos emergentes.
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