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En España, la vida social gira en torno a bares y terrazas. Son puntos de encuentro donde el café de la mañana, el vermú del mediodía o las cañas al caer la tarde se convierten en ritos cotidianos. Pero nada de eso tendría sentido sin los camareros, esas figuras indispensables que hacen posible que la experiencia funcione. Están siempre ahí, atentos, rápidos, profesionales… y, muchas veces, trabajando bajo condiciones que dejan mucho que desear.
Detrás de cada bandeja, hay jornadas partidas, festivos sin descanso, sueldos ajustados y contratos temporales. En ese contexto, entra en escena un elemento que muchas veces pasa desapercibido: la propina. ¿Qué papel juega en todo esto?
La propina: entre tradición y supervivencia
Dar propina no es una invención reciente. Ya en el siglo XVI, en la Inglaterra aristocrática, se usaba como una forma de asegurar un trato especial. Con los siglos, esta costumbre se ha transformado y adaptado a las distintas culturas del mundo.
En Japón, por ejemplo, puede considerarse una ofensa: allí se entiende que el precio ya cubre un servicio de calidad. En Estados Unidos, en cambio, no dejarla es casi un insulto. Y no solo por una cuestión de gratitud, sino porque forma parte del salario del ca marero. Literalmente. En muchos estados, los sueldos base son tan bajos que esos porcentajes añadidos (entre el 15 y el 20%) son necesarios para alcanzar el mínimo legal.
España está a medio camino. Aquí, la propina no es obligatoria ni hay una cifra concreta. Se deja si uno quiere, y normalmente se trata de redondear la cuenta o dejar unas monedas. En teoría, es solo un gesto voluntario. En la práctica, la historia cambia.
Aunque no hay norma que lo exija, muchos camareros españoles cuentan con las gratificaciones como parte de sus ingresos. Lo explica Carlos Manrique de Torres, abogado experto en derechos laborales: “La propina es eventual, no está garantizada, pero en la práctica se considera una fuente más de ingresos. Especialmente en locales donde se hace bote común y se reparte al final de la semana o del mes”.
En estos casos, lo que debía ser un extra se convierte en una expectativa. No porque les sobre el dinero, sino porque los sueldos en el sector suelen ser bajos, y cualquier ayuda cuenta. Dejarla, entonces, ¿es agradecer un buen trato o es tapar un problema estructural?
Carlos lo resume con crudeza: “La hostelería en España históricamente ha sido precaria: sueldos al mínimo del convenio, horas extra no pagadas, jornadas interminables… Las condiciones no son las mejores”.
¿Un sistema sin regular?
Otro punto delicado es la ausencia de una normativa clara. No existe una regulación específica que determine cómo deben gestionarse estas bonificaciones. ¿Deben declararse? ¿Entrar en nómina? ¿Repartirse entre todo el personal?
Carlos aclara que solo deben declararse cuando interviene la empresa en la gestión, es decir, si aparecen en nómina. Si el cliente entrega directamente la propina al camarero, no hay obligación de declararla. Pero este vacío normativo genera incertidumbre, y en algunos casos, abusos. “Una regulación mínima ayudaría a dar transparencia sin eliminar el carácter voluntario”, señala el abogado.
El reto de modernizar
Para Antonio Bustamante, CEO de Qamarero, el futuro pasa por digitalizar esta práctica. “Nuestra propuesta es usar medios electrónicos para que el cliente pueda recompensar de forma voluntaria al profesional que lo ha atendido. Eso aporta trazabilidad y transparencia”.
Además, cree que el sector evoluciona hacia una mejora, aunque con lentitud. “La rentabilidad del negocio debería permitir subir salarios y reducir la dependencia de las bonificaciones. Hay voluntad, pero también muchos retos por delante”.
¿Y si fuera obligatoria?
¿Tendría sentido implantar obligatoria como en Estados Unidos? Ni Carlos ni Antonio lo ven viable. “Aquí no es una cuestión cultural. En España, la gente no está acostumbrada a eso, salvo en zonas muy turísticas”, explica Antonio.
Desde el punto de vista legal, Carlos es tajante: “Implantarla rompería el principio de ajenidad del derecho laboral español. Un trabajador debe saber cuánto va a cobrar a fin de mes, no depender de la generosidad del cliente. Eso genera una inseguridad que no es aceptable”.
Y, como bien apunta, el verdadero cambio debe venir desde dentro: mejores inspecciones, cumplimiento de convenios, salarios dignos y condiciones laborales más humanas. La propina no puede ser el parche que tape las grietas de un sistema que hace aguas.
Más que monedas sobre la mesa
El gesto de dejar unas monedas tras pagar la cuenta parece simple, casi automático. Pero encierra preguntas complejas: ¿estamos premiando el esfuerzo o supliendo una carencia estructural? ¿Es un acto de cortesía o una herramienta de supervivencia?
Sea como sea, tal vez ha llegado el momento de empezar a hablar de ello con la misma naturalidad con la que pedimos una caña. Porque detrás de cada camarero hay una historia, y detrás de cada propina, una realidad que necesita ser revisada.
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