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La violencia de género tiene un impacto especialmente grave en mujeres con discapacidad, quienes enfrentan una doble vulnerabilidad. Las barreras físicas y cognitivas dificultan su capacidad para denunciar. El caso de Elisabet, que sufrió abusos desde pequeña y denunció a los 16 años, refleja lo difícil que es para muchas mujeres con discapacidad hablar y obtener justicia.
Violencia de género y mujeres con discapacidad: una doble vulnerabilidad
La violencia de género afecta a millones de mujeres en todo el mundo, pero su impacto es aún más devastador cuando la víctima tiene una discapacidad. Las mujeres con discapacidad enfrentan una doble vulnerabilidad: por un lado, su condición física, sensorial, intelectual o mental; y por otro, la violencia que muchas veces permanece oculta, normalizada o ignorada por la sociedad.
El caso de Elisabet, una joven con discapacidad intelectual del 35 %, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y discalculia, es solo un ejemplo entre muchos. Desde muy pequeña sufrió abusos en su entorno más cercano y, aunque logró denunciarlo a los 16 años, su historia refleja lo difícil que es para muchas mujeres como ella hablar y obtener justicia.
Los datos son claros y alarmantes. Según se expuso en una jornada de la Fundación Hospitalarias de Barcelona dedicada a la violencia contra mujeres en situación de especial vulnerabilidad, hasta el 80 % de las mujeres con discapacidad podrían sufrir algún tipo de violencia de género a lo largo de sus vidas.
En el caso de las mujeres con discapacidad intelectual, alrededor del 40 % ha sufrido violencia física o sexual. Y entre las mujeres con trastorno mental grave, la cifra asciende a tres de cada cuatro, siendo la violencia psicológica la más común. Estos porcentajes son considerablemente más altos que los que se registran entre mujeres sin discapacidad.
Obstáculos para denunciar
Las dificultades que enfrentan estas mujeres para pedir ayuda son múltiples. Muchas veces no identifican la violencia como tal, sobre todo si la han vivido desde pequeñas y la han normalizado. Otras veces no tienen herramientas para comunicarse o dependen completamente de su entorno, que puede ser precisamente el que las agrede o silencia.
Además, los estereotipos sociales juegan un papel negativo. En casos de trastorno mental, por ejemplo, sus testimonios suelen ser puestos en duda, atribuyéndose a su condición psiquiátrica en lugar de considerarse con seriedad. Esta falta de credibilidad frena muchas denuncias y contribuye al aislamiento de las víctimas.
La importancia de una respuesta especializada
Desde la Fundación Hospitalarias se hace hincapié en la necesidad de formar a profesionales de los ámbitos social, educativo, sanitario y judicial para que comprendan mejor las señales que pueden indicar una situación de violencia en mujeres con discapacidad. También se insiste en la sensibilización de las familias, para que no desestimen los síntomas de maltrato o abuso.
La atención a estas mujeres debe estar adaptada a sus capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. No basta con aplicar los protocolos generales, se necesitan recursos específicos, entornos accesibles y acompañamiento personalizado.
Aunque muchas mujeres no pueden o no se atreven a hablar, historias como la de Elisabet demuestran que es posible romper el silencio. La clave está en crear un entorno que las escuche, las crea y las apoye. Porque todas las mujeres, con o sin discapacidad, tienen derecho a vivir sin miedo.
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