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En 2025, nos encontramos en una encrucijada crítica. Por un lado, hemos logrado avances históricos: la electrificación global ha conectado a más de mil millones de personas en la última década. Por otro, la meta de un acceso universal para 2030 parece alejarse. Cerca de 675 millones de personas, principalmente en el África subsahariana, viven todavía en la oscuridad, y más de 2.000 millones dependen de combustibles contaminantes para cocinar, con graves consecuencias para su salud y para el medio ambiente.
El modelo energético tradicional, centralizado y basado en combustibles fósiles, ha demostrado ser incapaz de cerrar esta brecha de manera sostenible. Es un sistema que genera desigualdad, volatilidad de precios y una crisis climática que amenaza nuestro futuro. Pero es precisamente en esta encrucijada donde surge la esperanza, impulsada por una ola de innovación radical en el campo de las energías renovables. Más allá de la mejora incremental, estamos presenciando la llegada de tecnologías disruptivas que no solo prometen una energía más limpia, sino un paradigma completamente nuevo: un sistema energético descentralizado, democrático y verdaderamente accesible para todos.
La nueva generación de renovables va más allá del silicio y el acero
La imagen de las renovables ha estado dominada durante décadas por los paneles solares de silicio y los gigantescos aerogeneradores de acero anclados en tierra. Aunque han sido los pilares de la transición, su potencial está siendo superado por una nueva generación de tecnologías que prometen ser más eficientes, versátiles y baratas, acelerando drásticamente el camino hacia el ODS 7.
La solar fotovoltaica está viviendo su mayor revolución gracias a las células de perovskita. Este material sintético, barato y fácil de producir, puede aplicarse como una "tinta" sobre superficies flexibles y ligeras. Su eficiencia en laboratorio ya supera a la del silicio tradicional y, al combinarse con él en células "tándem", promete romper todas las barreras de rendimiento. Esto no solo significa más electricidad por metro cuadrado, sino la posibilidad de integrar la generación solar en ventanas, fachadas de edificios, vehículos o incluso ropa, abriendo un universo de aplicaciones para la generación distribuida.
En el campo de la eólica, la gran frontera es el mar. Mientras la eólica marina tradicional se limita a aguas poco profundas, la eólica flotante libera un potencial casi ilimitado. Mediante plataformas flotantes ancladas al lecho marino, se pueden instalar turbinas en aguas profundas donde los vientos son más fuertes y constantes. Esto permite aprovechar vastos recursos energéticos cerca de grandes centros de población costeros y en países sin aguas someras, democratizando el acceso a la eólica a escala masiva.
Finalmente, el hidrógeno verde (H2V) se consolida como el vector energético clave para la descarbonización. Producido mediante electrólisis del agua con electricidad renovable, el H2V puede almacenar energía durante largos periodos, estabilizar la red y, crucialmente, descarbonizar sectores "difíciles de abatir" como la industria pesada (acero, cemento) y el transporte de larga distancia (marítimo, aviación). Su capacidad para ser transportado y utilizado de forma flexible lo convierte en una pieza indispensable del puzle del ODS 7.
La Revolución Democrática de las renovables
Quizás la innovación más profunda no es tecnológica, sino de modelo. La caída de costes de la solar y el almacenamiento está desmantelando el sistema centralizado donde unos pocos grandes productores venden energía a consumidores pasivos. Estamos entrando en la era del "prosumidor": ciudadanos, comunidades y empresas que no solo consumen, sino que también producen, almacenan y gestionan su propia energía limpia.
Este cambio es fundamental para el ODS 7, especialmente en regiones no conectadas a la red. Las microrredes (o microgrids) basadas en energía solar y baterías están llevando electricidad a aldeas rurales por una fracción del coste y el tiempo que supondría extender la red nacional. Estas soluciones locales no solo proporcionan luz para la educación y la seguridad, sino que impulsan la actividad económica al permitir la refrigeración de medicinas y alimentos, el bombeo de agua para la agricultura y el funcionamiento de pequeños negocios.
En el mundo desarrollado, las comunidades energéticas permiten a los vecinos unirse para invertir en instalaciones solares o eólicas compartidas, vendiendo el excedente y logrando una soberanía energética que los protege de la volatilidad del mercado. Esta democratización devuelve el poder al ciudadano, transforma la energía en un bien comunitario y genera una aceptación social mucho mayor para la transición energética. El prosumidor no es un mero cliente; es un agente activo del cambio.
Almacenamiento y redes inteligentes, las claves para un suministro universal 24/7
El gran talón de Aquiles de las renovables ha sido siempre su intermitencia: el sol no brilla de noche y el viento no siempre sopla. Para cumplir la promesa de un suministro "seguro" del ODS 7, la generación debe ir de la mano de dos elementos cruciales: el almacenamiento masivo y la gestión inteligente de la red.
El almacenamiento de energía está evolucionando a una velocidad vertiginosa. Más allá de las baterías de ion-litio, que dominan el mercado, están surgiendo nuevas químicas (sodio-ion, baterías de flujo) que prometen ser más baratas, seguras y sostenibles, sin depender de materiales críticos como el cobalto o el litio. Además, se están recuperando y modernizando soluciones a gran escala como el bombeo hidráulico o el almacenamiento térmico en sales fundidas, capaces de guardar gigavatios de energía durante horas o incluso días.
Esta capacidad de almacenamiento sería inmanejable sin las redes inteligentes (smart grids). Utilizando sensores, datos en tiempo real y algoritmos de inteligencia artificial, estas redes del siglo XXI pueden predecir la producción y la demanda, gestionar millones de puntos de generación y consumo descentralizados (desde una planta solar hasta un coche eléctrico cargando) y desviar la energía de donde sobra a donde falta de forma automática y eficiente. Son el cerebro que permite que un sistema energético democrático, complejo y distribuido funcione de manera fiable y resiliente, garantizando que la energía limpia producida en un tejado pueda ser utilizada por un vecino o almacenada para la noche, manteniendo siempre las luces encendidas para todos.
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