Solo un 28 % de los españoles logra mejorar sus hábitos alimentarios 

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08/10/2025 - 10:00
Tomates

Lectura fácil

Cada mes de enero, los propósitos de Año Nuevo llenan nuestras conversaciones: "este año como mejor", "voy a dejar los ultraprocesados", "más fruta y verdura". La intención es casi unánime. Todos queremos cuidarnos, sentirnos mejor y adoptar una dieta más saludable. Sin embargo, la realidad es tozuda y los datos, reveladores. Según un reciente estudio, a pesar de las buenas intenciones, solo un 28 % de los españoles logra mejorar de forma efectiva sus hábitos alimentarios. El 72 % restante fracasa en el intento.

Esta cifra no es un reflejo de una falta de voluntad colectiva, sino el síntoma de un problema estructural mucho más profundo. La brecha entre el deseo de comer sano y la capacidad real de hacerlo se explica por dos barreras que, para muchas familias, se han vuelto insalvables: los precios elevados de los alimentos frescos y la falta crónica de tiempo en la vida moderna. Comer bien, en la España de 2025, se ha convertido para muchos en un lujo.

La primera barrera: cuando la cesta de la compra saludable es inasequible

La primera y más evidente dificultad a la hora de mejorar nuestros hábitos alimentarios es la económica. En un contexto de inflación persistente, el precio de los productos frescos —frutas, verduras, pescado, carne de calidad— ha experimentado una escalada que los aleja del alcance de muchas familias.

Un paseo por cualquier supermercado evidencia esta realidad. Llenar el carro con productos frescos y saludables puede llegar a costar entre un 30 % y un 40 % más que hacerlo con alternativas ultraprocesadas, ricas en harinas refinadas, azúcares y grasas de mala calidad. Un kilo de brócoli o de salmón compite en desventaja contra una pizza congelada o un paquete de salchichas industriales, que no solo son más baratos, sino que ofrecen una mayor densidad calórica (aunque nutricionalmente vacía).

Esta brecha de precios tiene una consecuencia directa en la desigualdad en la salud. Las familias con rentas más bajas se ven abocadas a basar su dieta en productos de bajo coste y escaso valor nutricional, lo que dispara el riesgo de sufrir obesidad, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Se crea así un círculo vicioso donde la pobreza económica conduce a una pobreza nutricional con malos hábitos alimentarios, que a su vez genera problemas de salud que perpetúan la situación de vulnerabilidad.

La segunda barrera: la tiranía del reloj y la falta de tiempo

Incluso para quienes pueden permitírselo, existe un segundo obstáculo igual de poderoso: la falta de tiempo. La vida moderna, con sus largas jornadas laborales, los desplazamientos y la difícil conciliación, ha convertido el acto de cocinar en una tarea titánica.

Comer sano requiere planificación, tiempo para ir al mercado, tiempo para cocinar y tiempo para limpiar. Frente a esta inversión, la industria de los ultraprocesados ofrece una solución inmediata y seductora: platos precocinados, comida rápida y snacks que solo requieren abrir un envase. Son la respuesta perfecta a un estilo de vida agotado y sin margen para la pausa, sin tiempo para mejorar nuestros hábitos alimentarios.

La carga mental, que recae mayoritariamente sobre las mujeres, agrava este problema. La responsabilidad de pensar cada día "¿qué comemos hoy?", de planificar los menús semanales y de asegurarse de que la dieta familiar sea equilibrada, es un trabajo invisible que consume una energía mental enorme. Ante este agotamiento, recurrir a una solución rápida y fácil es, a menudo, una cuestión de pura supervivencia.

Mejorar los hábitos alimentarios es un problema de salud pública que requiere soluciones estructurales

Culpar al individuo por sus malas elecciones alimentarias es una simplificación injusta. La realidad es que vivimos en un "ambiente obesogénico", un entorno donde las opciones más baratas, más accesibles y más publicitadas son, precisamente, las menos saludables.

Afrontar este problema requiere ir más allá de las recomendaciones individuales. Se necesitan políticas públicas valientes que actúen sobre las causas estructurales ante la mejora de los hábitos alimentarios:

  • Medidas fiscales: Reducir el IVA de los alimentos frescos, como frutas, verduras y legumbres, y aumentar los impuestos sobre los productos ultraprocesados con exceso de azúcar, sal o grasas saturadas.
  • Fomento del comercio local: Ayudas a los pequeños agricultores y mercados de proximidad para que los productos frescos sean más asequibles.
  • Educación nutricional: Implementar programas de educación nutricional efectivos en las escuelas y centros de salud.
  • Políticas de conciliación real: Fomentar la racionalización de horarios y la jornada laboral continua para que las familias tengan, simplemente, más tiempo.

En definitiva, la incapacidad de la mayoría de los españoles para mejorar sus hábitos alimentarios y dieta no es un fracaso personal, sino el reflejo de un sistema que ha hecho de la alimentación saludable un privilegio, en lugar de un derecho fundamental.

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