Olas perdidas, el arte se une a la ciencia para darnos de bruces con la cruda realidad de los océanos.

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24/10/2025 - 16:00
Las olas perdidas una exposición expone la realidad de los daños en el océano

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En octubre de 2003, algo insólito ocurrió frente a la costa vasca. La legendaria ola de Mundaca, considerada una de las joyas del surf mundial, dejó de romper de un día para otro. El motivo no fue un capricho del mar, sino una decisión humana: el dragado de 243.000 metros cúbicos de arena del río Oka para facilitar la navegación de barcazas que abastecían un astillero cercano. Esa intervención destruyó el banco submarino que daba forma a la ola.

Con la desaparición de la rompiente, también se desmoronó parte de la economía local, sustentada en el turismo del surf, y se alteró el equilibrio de los ecosistemas marinos que prosperaban en la zona. Años después, la sedimentación natural permitió que la ola regresara, aunque más débil y sin la misma vitalidad biológica. El episodio se convirtió en una advertencia sobre la fragilidad de las costas y la influencia humana sobre ellas. Así nació el proyecto Las olas perdidas.

Las olas perdidas: ciencia y arte contra el olvido

La historia de Mundaca inspiró el proyecto Las olas perdidas, una iniciativa que une investigación científica y creación artística. El dúo Cooking Sections, formado por Daniel Fernández y Alon Schwabe, colaboró con el Grupo de Ingeniería Geomática y Oceanográfica (GeoOcean) de la Universidad de Cantabria para rendir homenaje a once olas desaparecidas en distintos puntos del planeta.

La instalación se inauguró el 17 de octubre en el Centro Botín de Santander. Su propuesta va más allá de la contemplación: levanta un monumento efímero que combina datos, sonido y movimiento para revelar una realidad preocupante. Según sus creadores, las olas son archivos vivos: guardan información sobre los cambios del planeta, igual que los anillos de los árboles reflejan el paso del tiempo. Estudiarlas permite entender cómo el desarrollo humano está erosionando los mares y borrando su geografía.

“Parece increíble pensar que las olas pueden desaparecer, pero es un hecho”, explican Fernández y Schwabe. Los océanos están cada vez más tranquilos, no por equilibrio natural, sino porque han perdido fuerza. Las modificaciones costeras, los dragados, los puertos y la urbanización alteran el relieve submarino, y con ello se desdibujan las olas que antes daban vida a las playas.

El equipo de Las olas perdidas ha estudiado lugares míticos del surf, como Cabo Blanco en Perú, Jardim do Mar en Madeira o Ala Moana en Hawái. Cada enclave cuenta una historia distinta, con raíces políticas, económicas y ecológicas. Pero en conjunto todas revelan la misma tensión: el enfrentamiento entre desarrollo humano y sostenibilidad ambiental.

Viajar en el tiempo para reconstruir el oleaje

Una de las aportaciones más sorprendentes del proyecto vino del trabajo del grupo GeoOcean. Gracias al uso de imágenes satelitales, bases de datos históricas y modelos numéricos, los investigadores lograron “viajar en el tiempo” para reconstruir el comportamiento de las olas en el pasado.

Podían indicar una fecha concreta y visualizar con precisión la altura, velocidad y dirección del oleaje, como si se tratara de una fotografía reciente. Esta técnica, utilizada habitualmente para predecir tormentas futuras, fue empleada aquí para mirar hacia atrás y entender cómo las obras portuarias, dragados o rellenos alteraron la forma de las rompientes.

Después de dos años de estudio, el equipo concluyó que la superficie del mar y el fondo están profundamente conectados: cualquier alteración en el lecho marino, ya sea por infraestructuras o por pesca de arrastre, repercute directamente en la ola. Modificar un canal o levantar un espigón puede cortar la deriva litoral y eliminar el banco de arena que la generaba.

Surfistas: protectores y amenaza

El papel de los surfistas también aparece en la investigación con luces y sombras. Por un lado, muchos son defensores activos del mar y han impulsado movimientos de conservación. Pero, al mismo tiempo, el crecimiento del turismo de surf y las competiciones internacionales a menudo fomentan la presión urbanística sobre las costas.

Ejemplos como el de Jardim do Mar, cuya desaparición impulsó el movimiento “Save The Waves” en Perú, o las protestas en Cabo Blanco, que inspiraron la Ley de Rompientes, muestran la capacidad del surf para generar conciencia ambiental. En Cantabria, asociaciones como Surf & Nature Alliance promueven declarar las rompientes como patrimonio natural. No obstante, el desarrollo turístico también ha contribuido a la gentrificación y a proyectos que, paradójicamente, destruyen las mismas olas que atraen a los visitantes.

El proyecto Las olas perdidas no se limita al ámbito científico. Los resultados se transformaron en una experiencia sensorial donde los datos de oleaje se convirtieron en música y movimiento. El compositor Duval Timothy tradujo los ritmos de cada ola en once piezas sonoras, mientras intérpretes activaban estructuras suspendidas que se movían al compás del mar.

“Queríamos escuchar cómo respiraba cada ola”, explica el dúo artístico. De este modo, Las olas perdidas une modelización científica, memoria local y arte para devolver al presente fenómenos que el mar borró. No como monumentos fijos, sino como recordatorios de lo que todavía puede salvarse.

Recuperar la sensibilidad del mundo

Para Daniel Fernández, la crisis climática no es solo un problema ecológico, sino también cultural y sensorial. “Cuando desaparecen fenómenos naturales, perdemos formas de percibir el mundo”, afirma. El arte, sostiene, puede ayudar a reactivar esa sensibilidad dormida y a comprender que el cambio ya está ocurriendo ante nuestros ojos.

El equipo de Cooking Sections planea seguir ampliando el proyecto Las olas perdidas y su mapa de olas desaparecidas. “Hemos elegido once, pero hay muchas más”, concluyen. Cada ola perdida es una historia de advertencia, una invitación a repensar nuestra relación con el mar antes de que su silencio se vuelva irreversible.

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