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50 litros al día. Esa es la cifra que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), representa el uso ideal de agua por persona para cubrir todas sus necesidades básicas: beber, cocinar, higienizarse, limpiar. Un volumen perfectamente suficiente si se utiliza con responsabilidad. Sin embargo, la realidad del consumo global dista mucho de esta recomendación.
La paradoja es que, siendo un recurso esencial e insustituible, continúa utilizándose como si fuera inagotable. Su sobreexplotación, especialmente por parte de la agricultura y la industria, está llevando a muchas regiones del planeta a situaciones críticas de escasez. Así lo advierte el Banco Mundial, alertando que tanto este recurso natural como la energía están comenzando a escasear peligrosamente en diversas partes del mundo.
¿Quién consume más agua en el mundo?
Un dato que sorprende: Nueva Zelanda encabeza la lista de países con mayor consumo, utilizando 2.162.300 millones de metros cúbicos anuales. Le siguen España, con 708.400 millones, México con 678.800 millones y Alemania con 311.900 millones. Estas cifras, por sí solas, reflejan un uso intensivo del recurso, muchas veces por encima de su capacidad de regeneración natural.
No todo el consumo de agua es evidente. Cuando abrimos el grifo o regamos una planta, entendemos claramente que estamos utilizando este recurso. Pero hay una enorme cantidad que se consume de forma indirecta: al fabricar productos, producir alimentos o generar energía.
Usos de este recursos se dividen en dos grandes categorías:
- Usos consuntivos: Estos son los usos en los que se extrae de su entorno natural y, total o parcialmente, no regresa. Es el caso del agua utilizada en el hogar, en la agricultura o en procesos industriales. En particular, la agricultura representa el mayor consumo consuntivo del planeta, destinando aproximadamente tres cuartas partes del retirado del sistema natural al riego de cultivos. Este hecho convierte al sector agrícola en un actor clave en la conservación o el agotamiento del recurso hídrico. Además, la mayor parte proviene de fuentes convencionales (ríos, acuíferos) y muy poca se recicla o se desala. Esto agrava aún más el problema en regiones donde la disponibilidad de recurso dulce es limitada o está amenazada por el cambio climático.
- Usos no consuntivos: Por otro lado, existen usos no consuntivos, en los que el agua no se consume realmente. Es el caso de actividades recreativas (como nadar en lagos o ríos), la navegación, el mantenimiento de ecosistemas y la producción energética mediante centrales hidroeléctricas. En estos casos, la utilizada es devuelta, aunque a veces en condiciones diferentes, a su entorno original.
La generación de energía es otra gran demandante, especialmente en las centrales termoeléctricas, que requieren grandes volúmenes para refrigerar sus sistemas. Se estima que 53.000 millones de metros cúbicos de agua dulce se utilizan anualmente en el mundo para este fin.
Es importante diferenciar entre extracción y consumo. No toda la extraída se evapora o se pierde; una parte significativa se devuelve al entorno como flujo de retorno. Sin embargo, la parte que se evapora en el proceso de enfriamiento representa una pérdida neta, especialmente preocupante en zonas donde es escasa.
Una gestión responsable: el gran desafío del siglo XXI
Pese a que el problema es conocido, muchas veces se relega hasta que ocurre una sequía o un corte de suministro. Es en esos momentos cuando la conciencia colectiva despierta, pero normalmente, las alarmas se apagan pronto y la rutina vuelve a imponerse.
La clave está en fomentar una cultura hídrica que no solo promueva su ahorro, sino que también impulse un consumo responsable tanto a nivel personal como industrial. “Es un recurso limitado cuya sostenibilidad requiere de herramientas normativas, de gestión, tecnológicas y, sobre todo, de cambios en los hábitos de consumo”, afirma Javier Lillo, investigador del Instituto IMDEA Agua y coordinador del Grupo de Investigación sobre Cambio Global Terrestre.
Mirar más allá del grifo
A menudo, solo valoramos este recurso natural cuando dejamos de tenerlo. Pero su importancia va mucho más allá de lo evidente: está en los alimentos que comemos, en la ropa que vestimos, en la energía que usamos y en el aire que respiramos.
Hoy más que nunca, el planeta necesita que repensemos nuestra relación con este recurso. Porque el agua no es infinita. Y aunque siga saliendo del grifo, eso no significa que no se esté agotando.
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