Las películas que desvelan el silencio sobre las infiltraciones en ETA

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31/10/2025 - 20:00
Carteles de las dos películas que hablan sobre las infiltraciones para derrocar a ETA

Lectura fácil

En un rincón discreto de las plataformas de streaming y las carteleras, dos películas han coincidido en mirar hacia una de las zonas más opacas de la historia reciente de España: la infiltración policial en la banda terrorista ETA. Es extraño, casi insólito, que la ficción haya decidido abrir esa puerta, y más aún que lo haya hecho por duplicado en tan poco tiempo. La infiltrada y Un fantasma en la batalla parecen haberse dado la mano en el aire, sin habérselo propuesto, para recuperar las vidas invisibles de quienes caminaron entre las sombras por un bien mayor.

Dos películas, una herida compartida

Aunque lanzadas con meses de diferencia, ambas películas parten de un punto en común: el sacrificio oculto de los infiltrados que arriesgaron todo en nombre de la ley. La infiltrada, ganadora del Goya ex aequo junto a El 47, reconstruye la historia real de Aranzazu Berradre Marín, una agente cuya existencia estuvo marcada por la mentira necesaria de una identidad falsa. Su caso, envuelto en secretos durante años, emergió con el filme como una reivindicación tardía del valor de quienes operaron en silencio contra ETA.

Por otro lado, Un fantasma en la batalla, dirigida por Agustín Díaz Yanes, se adentra en el mismo terreno desde la ficción. Amaia, la protagonista encarnada por Susana Abaitua, no existió, pero podría haber existido. Su historia condensa múltiples biografías anónimas, de hombres y mujeres que convivieron con el miedo y la clandestinidad, siempre bajo la amenaza de un descubrimiento fatal. Como indica el prólogo de la cinta: pudo haber ocurrido; y quizá ocurrió más veces de las que sabemos.

Yanes, que ya demostró su capacidad para narrar la épica íntima en películas como Alatriste, construye aquí una ficción de extrema verosimilitud. Aunque los personajes (interpretados también por Andrés Gertrúdix, Raúl Arévalo, Iraia Elias y Ariadna Gil) son producto de su imaginación, el contexto no admite dudas: es el País Vasco de los años más duros del terrorismo. La narración se entrelaza con los atentados más conocidos, como el asesinato de Gregorio Ordóñez, el secuestro de Ortega Lara, la ejecución de Miguel Ángel Blanco, evocados no solo como hechos históricos sino como cicatrices colectivas.

En ese entorno, Amaia se transforma en un personaje-espejo, un punto de confluencia para todas las identidades sumergidas que la precedieron. Así como el inspector de Fariña condensaba las vidas de quienes persiguieron a los narcotraficantes gallegos, ella encarna la entrega y el desgaste moral de los agentes infiltrados en ETA.

Pese a su tono de thriller, Un fantasma en la batalla es una de las películas que no oculta su propósito didáctico. A diferencia de La infiltrada, que narraba desde la emoción y la memoria individual, la obra de Yanes se detiene en la pedagogía: explica, contextualiza, y recuerda. En varios momentos, intercala grabaciones de noticiarios auténticos y fragmentos de archivo que retratan el horror cotidiano de los años ochenta y noventa. Esos materiales se acompañan con textos explicativos, dirigidos especialmente a un público internacional que apenas conoce la magnitud del dolor causado por ETA.

Luz sobre los claroscuros del pasado

La película no evita los matices oscuros. Sin dedicarse a ellos, apunta también hacia uno de los episodios más polémicos del antiterrorismo español: las torturas ocurridas en el cuartel de Inchaurrondo, bajo el mando del coronel Galindo. Este trasfondo se filtra tímidamente a través de un personaje secundario (interpretado por Gertrúdix) acusado de haber participado en el maltrato de un detenido. Es un recordatorio amargo de que la verdad no siempre cabe en blanco y negro, y de que la violencia dejó heridas a ambos lados de la trinchera.

El clímax de Un fantasma en la batalla llega con la llamada operación Santuario, un despliegue conjunto de la policía española y la francesa que permitió desmantelar importantes estructuras de ETA. En la ficción, Amaia juega un rol decisivo: su infiltración, el riesgo calculado, y los años de soledad culminan en la información que lleva a localizar los zulos y capturar a varios dirigentes. Es el momento en que la película ofrece una redención simbólica a quienes, como ella, renunciaron a su nombre y a su rostro por un bien común.

Entre la memoria y la invisibilidad

Que hoy, décadas después, Un fantasma en la batalla sea el segundo título más visto en Netflix España y el cuarto más popular en lengua no inglesa fuera del país, demuestra una necesidad colectiva de mirar atrás. No desde la nostalgia, sino desde el reconocimiento. Estas películas no glorifican la violencia ni buscan héroes tradicionales; prefieren revelar la fragilidad humana detrás de las misiones imposibles.

En sus minutos finales, Un fantasma en la batalla recuerda que nadie sabrá jamás los nombres reales de aquellos infiltrados. Vivieron en la sombra, desaparecieron en la sombra. Pero mientras el cine siga devolviéndoles voz, aunque sea bajo identidades imaginarias, quizás logremos lo contrario de lo que teme su título: que alguien hable de ellos, aunque nadie sepa quiénes fueron. Es por ello que ver este tipo de películas rinde un homenaje a aquellos que lucharon por la paz y la justicia.

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