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La invasión de Ucrania y las sanciones posteriores cambiaron por completo el mapa energético mundial. Europa, hasta entonces el principal cliente del gas ruso, busca reducir drásticamente su dependencia y prevé cortar del todo las importaciones mediante gasoducto antes de 2027. Ante ese vacío, Moscú necesitaba con urgencia un nuevo comprador de gran escala. La respuesta vino del este: China, que vio la ocasión de asegurarse un suministro estable a precios ventajosos.
De este acercamiento ha nacido lo que algunos analistas llaman el “abrazo del gas”: un acuerdo que, sobre el papel, refuerza la interdependencia entre ambas potencias, aunque no está exento de desequilibrios.
El proyecto del gasoducto Power of Siberia 2
El gigante estatal Gazprom anunció la firma de un memorando vinculante para levantar el esperado gasoducto Power of Siberia 2, que atravesará Mongolia hasta llegar a territorio chino. Se trata de una de las mayores apuestas de infraestructura energética del planeta, que permitiría a Rusia enviar hasta 50.000 millones de metros cúbicos anuales de gas durante tres décadas.
Según el director ejecutivo de Gazprom, Alexey Miller, el precio del combustible será inferior al que actualmente pagan los clientes europeos. La explicación oficial apunta a los enormes costes de transporte y de construcción en zonas remotas, aunque la decisión refleja también la necesidad rusa de amarrar a su socio chino en un contrato de largo plazo.
Miller presume de que Power of Siberia 2 y su enlace con Mongolia (denominado Soyuz-Vostok), se convertirán en el mayor y más costoso proyecto gasista del mundo. Sin embargo, aún faltan detalles clave: no se ha definido quién financiará y ejecutará la obra, ni se han revelado los montos de inversión necesarios. Tampoco hay plazos concretos para el inicio de la construcción ni para la puesta en marcha de los envíos.
Además, persisten dudas sobre la flexibilidad de las compras chinas: no está claro si Pekín estará obligado a adquirir todo el volumen disponible del gasoducto o si podrá ajustar los niveles en función de su demanda.
La cautela china
Mientras Moscú exhibe entusiasmo, Pekín mantiene un perfil mucho más discreto. La agencia oficial Xinhua, al informar sobre las reuniones bilaterales, mencionó más de 20 acuerdos de cooperación en distintos sectores, incluido el energético, pero evitó citar directamente al Power of Siberia 2.
El motivo es doble: por un lado, el crecimiento del consumo de gas en China se ha ralentizado; por otro, el Gobierno de Xi Jinping busca evitar una dependencia excesiva de un único proveedor. Esta cautela le otorga margen de negociación frente a Rusia, que se encuentra en una posición más vulnerable tras perder al cliente europeo.
Refuerzo de las rutas actuales
El entendimiento no se limita al nuevo gasoducto. Gazprom también ha acordado incrementar en 6.000 millones de metros cúbicos al año el suministro a través de la infraestructura ya operativa del Power of Siberia, cuya capacidad actual es de 38.000 millones. Asimismo, está previsto ampliar los envíos por la futura ruta del Lejano Oriente, que debería arrancar en 2027 con volúmenes superiores a los inicialmente planeados.
Estos pasos consolidan a China como el principal destino del gas ruso en la próxima década, al tiempo que confirman la progresiva desconexión energética entre Moscú y Europa.
Un hito político para Putin
Más allá de las cifras, el acuerdo con el gasoducto tiene una fuerte carga simbólica. Para el Kremlin, avanzar en el Power of Siberia 2 supone un triunfo diplomático y un mensaje al exterior: Rusia cuenta con aliados poderosos dispuestos a sostener su economía pese a las sanciones occidentales.
Desde 2022, la relación entre ambos países se describe como una “asociación sin límites”. China ya es el mayor comprador de petróleo ruso, el segundo en carbón y el tercero en gas natural licuado. Con este nuevo acuerdo, refuerza también su posición como cliente estratégico en el sector gasista.
Preguntas abiertas en un tablero global
Sin embargo, no todo son certezas. La falta de transparencia en torno a las inversiones, los plazos y las condiciones finales del contrato deja espacio para la especulación. Además, Pekín intenta equilibrar su acercamiento a Moscú con sus delicadas negociaciones comerciales con Estados Unidos y su interés por mantener buenas relaciones con los mercados europeos.
En este tablero, Rusia aparece como el socio más necesitado, dispuesto a ofrecer precios competitivos y concesiones. China, en cambio, se permite avanzar a su propio ritmo, sin apresurarse a confirmar públicamente cada paso.
El “abrazo del gas” entre Rusia y China es, al mismo tiempo, un acuerdo estratégico y una demostración de las tensiones que atraviesa la geopolítica de la energía. Moscú encuentra en Pekín un salvavidas económico tras el cierre de Europa, mientras que China aprovecha la coyuntura para reforzar su seguridad energética en condiciones favorables.
Lo que queda claro es que el proyecto del gasoducto no solo cambiará las rutas de suministro de gas, sino que también reconfigurará las alianzas internacionales en un momento de gran incertidumbre global.
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